Hay escenas del cine que se quedan alojadas en tu vida como esa almohada en la que duermes mejor o la taza favorita para el café de la mañana. La película La juventud nos regala una de ellas, una que sigue emitiendo su potente onda expansiva después de haberla visto.
Michael Caine y Harvey Keitel son viejos amigos que intentan disfrutar de las últimas oportunidades de bienestar en el taller de reparaciones que es un exclusivo balneario suizo. Pasean rememorando a una chica de la que ambos se enamoraron y Caine confiesa que habría dado 20 años de su vida por acostarse con ella. El amigo responde que no merecía la pena ni por un día de su vida y Caine se enfada: ¿Hace 60 años me dijiste que no te habías acostado con ella y ahora me vienes con esas? Keitel se ríe y sentencia:
— ¿Sabes lo peor? La desgracia es que soy incapaz de recordar si me acosté con Hilda.
La verdad es un lugar cómodo solo si te gusta o persigues la honestidad. Y es incómodo si te disgusta o prefieres quedarte a vivir en tu versión. Pero entonces entra en juego la memoria: para ayudar a los que buscan la verdad y molestar a quienes huyen de ella.
Caine está enfermo de la verdad y su amigo de la desmemoria. Y esas son básicamente las opciones que tenemos en la vida. Lo que nos convierte en sujetos mejores o peores para habitar en este mundo.
En estos días en que un informe oficial nos cuenta lo que sabíamos, que la guerra de Irak no estuvo justificada, nunca será un consuelo, pero es reparador que alguien nos traiga a la memoria lo que fue verdad.
Aznar, Bush y Blair huyen de ambas. Pero nosotros, como Michael Caine en su papel memorable en esta bella película de Sorrentino, no lo haremos.
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