POR RAZONES que no vienen al caso, últimamente he visitado con cierta asiduidad el hospital madrileño Gregorio Marañón. Un lugar feo, destartalado y viejo, pero un magnífico hospital, sin duda alguna, con grandes médicos y una prestación sanitaria de primera clase. Siempre se me encoge un poco el corazón cuando voy por allí, porque me parece un símbolo de nuestro maltratado sistema de salud. La sanidad pública española ha sido nuestro mayor logro social, un tesoro al que estamos tan acostumbrados que nos resulta impensable que haya países en donde dejen morir a la gente por el hecho de ser pobre. Pero existen. En Estados Unidos, por ejemplo, los enfermos oncológicos que no pueden abonar la carísima quimioterapia simplemente se quedan sin ella, como se veía en la serie Breaking Bad. Imaginen a un niño con cáncer al que no le ponen tratamiento porque sus padres no tienen el dinero para pagarlo: es repugnante. De esa feroz, inadmisible, asesina desigualdad nos protege nuestro sistema de salud, pero lo estamos desmantelando.
La sanidad pública española ha estado entre los diez mejores servicios de salud del mundo. Ahora no sé por dónde andaremos en el ranking, porque llevan años demoliéndola. Hace un mes, altos cargos del sistema de salud madrileño dijeron que en la Comunidad sobran “4.000 camas para enfermos agudos”. Nadie parece haberse escandalizado ante esa afirmación, y sin embargo es grave. Primero, porque en toda la Comunidad sólo hay 13.000 camas: la reducción es sustancial. Y segundo, porque hace diez años estos mismos peperos, contra el criterio de los profesionales y dirigidos por una entusiasta Esperanza Aguirre, construyeron 2.000 camas de agudos. ¿Qué es lo que va a suceder, previsiblemente? Que se cerrarán camas de los hospitales públicos y se derivará el servicio a los privados.
Verán, la sanidad privada es un negocio. Pero es que el objetivo de la sanidad no puede ser el de ganar dinero. No todo en la sociedad ha de moverse hacia el lucro. En el concepto mismo de la democracia anida un impulso de ordenación social, de moderación de las desigualdades, de freno al botín salvaje. Por eso se pagan impuestos: por el bien común. Y la sanidad está en la base de ese bien común.
Argumentan los partidarios del dinero tintineante que la medicina privada es más barata y eficiente que la pública. Mienten, porque engañan en la forma de medir. Cada vez que un enfermo se complica en la privada, lo derivan a la pública, que no sólo tiene que hacerse cargo de los tratamientos más costosos, sino también de las muertes. Pondré un ejemplo; si no recuerdo mal, hará unos diez años el geriatra del Gregorio Marañón José Antonio Serra (que es una eminencia en su campo) y su equipo hicieron un importantísimo estudio sobre la rotura de cadera en los ancianos y demostraron que, si eran atendidos por geriatras y traumatólogos a la vez, y no sólo por traumatólogos, morían menos y sufrían menos complicaciones. El estudio se publicó en la revista especializada más importante del mundo y los resultados se han incluido en los protocolos médicos de medio planeta. Pero ese es un modelo de medicina que no todos comparten. Aquí hay algunos hospitales privados que operan a los ancianos de cadera y los mandan a las 48 horas a su casa sin rehabilitar. ¿Que el paciente no anda? No importa. Ya se ocupará la pública, si puede, de arreglar el desaguisado, y además, si se muere, que se muera con ellos, fuera del hospital privado, porque ese fallecimiento les bajaría su rutilante índice de éxitos.
Así estamos, en plena campaña del desprecio a lo público. Ya se sabe: los funcionarios son todos unos sinvergüenzas y unos vagos, mientras que el sector privado es otra cosa. Sí, desde luego que es otra cosa: es ahí donde se dan los bonos basura, los abusivos usos bancarios, los fondos de Panamá. ¡Es el muy serio, eficiente y honesto sector de los directivos de Volkswagen! ¿Pero de qué estamos hablando? Pues me temo que, en el fondo, el único tema es la rapiña. Pero, ojo, mucho cuidado con el desmantelamiento de nuestro sistema de salud. Porque cuando aquí empiecen a morir los niños porque no pueden pagar las medicinas, sus padres incendiarán las ciudades. Y yo lo entiendo.
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