Dos poemas de Cláuslua suelo:
LE DIGO: “LA SERPIENTE NO ESTÁ”
Y ELLA INSISTE: “PERO ESTUVO”
El monstruo de Julia es una serpiente.
Un animal sinuoso, indecible, asesino,
que se arrastra entre las flores de su cuarto y la envenena con saña, como a Eurídice.
En la noche, su grito nace de lo torvo.
“¡Mamá, ven!”.
Y yo me entrego a una promesa imposible:
que mi cuerpo será capaz de interponerse entre ella y la sombra.
*
EL FEÍSMO ABOTARGA, PERO LUBRICA
Casi quietos
en el coto del sábado
retozamos,
pero nuestra cama es un bien de consumo.
El abrazo es oblicuo,
un escorzo de codos, hombros y rodillas que se estorban.
(Tú derrochas. Yo derrocho. Nosotros reprochamos).
La línea ascendente del euríbor se cuela entre los cuerpos
y una llamada familiar chamusca la pantomima de deseo.
Te levantas atropellado a coger el teléfono
y yo me quedo sola (y aliviada)
con una almohada de viscolatex que recuerda al molde de tu cuello.
Alrededor de la cama todo es demasiado caro o demasiado Ikea,
el reverso de una foto de Nan Goldin.
Somnolienta, nos conjeturo ardientes,
otra versión de nosotros (Otrotú y Otroyó)
despertando en un colchón de espuma
horadado con ascuas de tabaco.
Otrotú y Otroyó con ceniceros de propaganda y el pelo sucio.
Sin asco. Sin hipoteca. Sin exigencias. Sin decoración.
Recreo la bifurcación de esta historia,
la enaltezco
como si el rímel en el lagrimal
a la mañana siguiente del sexo
fuera un signo irrefutable de la vida.
Me despierto
y toco ese vaciado involuntario de tu cráneo
en la cabecera de la cama.
La elipsis de ti me conmueve.
LE DIGO: “LA SERPIENTE NO ESTÁ”
Y ELLA INSISTE: “PERO ESTUVO”
El monstruo de Julia es una serpiente.
Un animal sinuoso, indecible, asesino,
que se arrastra entre las flores de su cuarto y la envenena con saña, como a Eurídice.
En la noche, su grito nace de lo torvo.
“¡Mamá, ven!”.
Y yo me entrego a una promesa imposible:
que mi cuerpo será capaz de interponerse entre ella y la sombra.
*
EL FEÍSMO ABOTARGA, PERO LUBRICA
Casi quietos
en el coto del sábado
retozamos,
pero nuestra cama es un bien de consumo.
El abrazo es oblicuo,
un escorzo de codos, hombros y rodillas que se estorban.
(Tú derrochas. Yo derrocho. Nosotros reprochamos).
La línea ascendente del euríbor se cuela entre los cuerpos
y una llamada familiar chamusca la pantomima de deseo.
Te levantas atropellado a coger el teléfono
y yo me quedo sola (y aliviada)
con una almohada de viscolatex que recuerda al molde de tu cuello.
Alrededor de la cama todo es demasiado caro o demasiado Ikea,
el reverso de una foto de Nan Goldin.
Somnolienta, nos conjeturo ardientes,
otra versión de nosotros (Otrotú y Otroyó)
despertando en un colchón de espuma
horadado con ascuas de tabaco.
Otrotú y Otroyó con ceniceros de propaganda y el pelo sucio.
Sin asco. Sin hipoteca. Sin exigencias. Sin decoración.
Recreo la bifurcación de esta historia,
la enaltezco
como si el rímel en el lagrimal
a la mañana siguiente del sexo
fuera un signo irrefutable de la vida.
Me despierto
y toco ese vaciado involuntario de tu cráneo
en la cabecera de la cama.
La elipsis de ti me conmueve.
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