sábado, 23 de abril de 2016

Ni un ay. Una vida de Cervantes - Andrés Trapiello




¿Qué pensaría Cervantes de estos homenajes que se le rinden cuatrocientos años después de su muerte?
Seguramente apreciaría la música elegida  en su honor anoche en el madrileño monasterio de San Jerónimo el Real donde se interpretó un solemne Oficio y Misa de Difuntos de su contemporáneo el maestro Mateo Romero.

Y puede que sonriera ya que pensaba que donde hay música no puede haber nada malo.

Algo así nos recuerda Andrés Trapiello sobre su azarosa vida y su amor por ella a pesar de todo.


"Acaso de viejo se dijera: ¿En qué se ha ido mi vida? La respuesta no le amargaba, sin duda. Si le amargó, logró que su literatura no se contagiara de la tristeza de su existencia. 
Al contrario, llevó a sus libros una vida mejorada, sin falsearla. Pensó quizá que hubiera podido ser peor. ¿Acabó acostumbrándose a los golpes de la vida? Sí parece. Se diría que los recibe de medio lado, acorpándose. 
Y se sonríe siempre. Ni un ay y sí muchos “¡qué se le va a hacer!”. Ni siquiera tiene para comprarse unos antojos nuevos y ha de mirar la vida con unos estrellados. ¿Qué dicen a espaldas de Cervantes?


“Adiós, gracias; adiós, donaires...” Deberían decir cosas buenas, porque él trató bien a casi todo el mundo en un larguísimo poema donde cita lo menos a doscientos poetas de su tiempo. Pero no. Cuando pide algún favor a alguno de ellos, Argensola por ejemplo, le da la espalda, cuando tan poco le hubiera costado satisfacerlo. 
Y así, sin darse cuenta, le llegó el tiempo de morirse. No quiso hacerlo sin una despedida antes. De ese modo llegó a lo que acabaría siendo el prólogo del Persiles, las dos cuartillas más estremecedoras y sentimentales de toda nuestra literatura. Figuran en él las últimas palabras que salieron de su pluma. 
En una vida tan llena de calamitosos desaires no podían ser otras que éstas: “¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!”. 
Moría como quizá había vivido, celebrando las gracias del mundo y el regocijo de no estar solo. Nadie podrá decir que en la suya terrenal, y pese a los muchos amargos tragos que tuvo que apurar, Miguel de Cervantes levantara nunca un falso testimonio contra la vida."



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