El haber tenido que esperar unos meses hasta encontrarme con la segunda parte de la trilogía del Baztán de la escritora Dolores Redondo ha servido para hacer todavía más apetecible, si cabe, la sensación de que tengo por delante varias horas de asombro, sorpresa y disfrute, aunque con pena anticipada de que se acabe.
He vuelto a releer la primera parte para recuperar esa atmósfera húmeda, cerrada, agobiante y angustiosa que transmite la vida de la joven inspectora Amaya Salazar que cada vez se acerca más a la solución de un misterio que acaba teniendo mucho que ver con su propia vida y con oscuros secretos familiares.
El miedo, los miedos cotidianos de los que aquí somos testigos no son los habituales de la novela negra al uso, sino los nuestros y en ellos nos reconocemos aunque estemos en un lugar "seguro" con una novela de terror entre las manos que modifica esa imagen idílica de un valle que recuerdo de un lejano verano.
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