Por mí, que no quede
Vivimos en una sociedad que reclama responsabilidades a los demás -en especial al Estado- pero elude las propias. La única solución para los problemas complejos –la injusticia, la educación, la violencia, la pobreza, el calentamiento del planeta– es que cada uno se diga esa frase mágica –«Por mí que no quede»– y comience a trabajar.
Me quedo con esta expresión sencilla de cinco palabras para resumir lo que es el espíritu de la tenacidad y la perseverancia tal y como yo las entiendo.
Esta expresión aúna el coraje, el esfuerzo, la búsqueda de algo mejor y la responsabilidad individual. Pone toda la carne en el asador. Se compromete con la persona con la que más nos podemos comprometer y más podemos influir: uno mismo. No asegura el éxito, porque reconoce que el mundo es grande y escapa a nuestro control individual. Humildemente me digo que como máximo puedo influenciarlo y actuar en una pequeña parte del mundo. Digo que haré lo que esté en mi mano, pero no para echar balones fuera, sino para empezar aquí y ahora. Me imagino remangándome las mangas de la camisa, desanudando la corbata y diciendo «¿por dónde empezamos?»
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