martes, 25 de noviembre de 2025

Entrevista con Han Kang, premio Nobel de Literatura, revista Ethic


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¿Desde dónde nos habla?

Estoy en casa, en Seúl. Eso que ve usted parece la luz natural que está entrando, pero no lo es, es una lámpara blanca muy potente. Aquí son las ocho de la noche, acabo de cenar junto a mi hijo, con el que vivo. A esta hora me pasan cosas: es justo cuando me llamaron de la Academia Sueca para comunicarme que había ganado el premio.

¿Cómo está su padre?

De maravilla. Es escritor, tiene ochenta y muchos años y sigue publicando novelas.

¿Qué le dijo al ganar el Nobel?

«Estoy orgulloso de ti, hija». Eso dijo. El oficio de novelista no da para mucho. De niña, éramos pobres y teníamos que mudarnos a menudo. No teníamos muchos muebles, pero sí muchos libros. Era como estar protegida por los libros; para mí eran como una criatura en expansión porque el número de ellos aumentaba cada semana, cada mes. Asistí a cinco escuelas primarias distintas, pero no recuerdo haberme sentido traumatizada porque estaba protegida por todos esos libros con los que vivía. Me pasaba, en cada cambio de colegio, las tardes en casa leyendo libros hasta que conseguía hacer nuevos amigos. Así que es un recuerdo muy valioso.

«Mi generación ya no ha sentido la necesidad de dedicar su obra al compromiso político»

Tiene cinco libros traducidos al español, pero hay otros en coreano que aún no nos han llegado. ¿Qué nos estamos perdiendo de usted?

Les faltan mis novelas cortas. Me gustaría que, con el tiempo, pudieran leerlas también. Y he escrito también poesía, espero que la traduzcan algún día.

Su más reciente novela, Imposible decir adiós, empieza con una escritora que tiene pesadillas por haber escrito su último libro sobre una masacre que realizó el gobierno de su país. Parece usted con su novela anterior, Actos humanos, sobre la matanza de Gwangju en 1980.

Así es. El libro sobre Gwangju apareció en mayo del 2014 y esa pesadilla recurrente la empecé a tener justo un mes después, en junio. Pero es que, mientras escribía Actos humanos, yo había tenido muchas otras pesadillas. Pensaba que esta era solo otra más, un epílogo de aquellas que me produjo el contacto con el horror. Sin embargo, el color y la textura de este sueño eran diferentes. Por eso lo apunté y pensé que podría ser el inicio de una novela.

«Mi objetivo es investigar el interior de lo humano»

En la novela se ocupa de la matanza de la isla de Jeju en 1948, con 200.000 personas asesinadas por el poder político. Ese mismo que, en 1980, masacró a varios miles de personas en su ciudad natal, ordenando al ejército que disparara a la gente. Para muchos lectores en el mundo son hechos poco conocidos, pero ¿para los coreanos?

Mucha gente conoce los hechos de Gwangju. Pero no el exterminio en masa de la isla de Jeju; ese episodio ocupa tan solo una línea en nuestros libros de texto de historia. Muchos coreanos, al leer la novela, se han enterado realmente de lo que sucedió. Tras una masacre, no importa donde haya ocurrido, siempre hay personas para las que es imposible decir adiós, despedirse de los suyos. Siguen buscando los cuerpos, los huesos, de su familia. Por desgracia es algo universal, sucede en todo el mundo. Gwangju no es una ciudad coreana, es sinónimo de Auschwitz, Bosnia, Nanjing, de la masacre de nativos americanos…

Usted, sin embargo, no es para nada una novelista política.

No. Mi generación ya no ha sentido la necesidad de dedicar su obra al compromiso político, sino que mi objetivo es investigar el interior de lo humano. Pero fíjese que en La vegetariana hay una mujer que se despoja de su cuerpo con la intención de integrarse en el reino vegetal, y en La clase de griego la protagonista ha perdido el habla porque rechaza la violencia del lenguaje y aspira a recuperarla a través de una lengua muerta. Son gestos de rechazo que intentan recuperar la dignidad a través de una acción autodestructiva.

«Cuando escribo, pienso en el tacto»

En La vegetariana, todo es realista aunque muy sorprendente. Pero en sus dos novelas basadas en hechos históricos es donde paradójicamente vemos más elementos fantásticos, como fantasmas o las almas de los muertos… Parece realismo mágico.

Los fantasmas y las almas son cosas bien diferentes. Me gusta describir de modo natural esas escenas imposibles donde se encuentran los muertos y los vivos, como, por ejemplo, Dong-ho, el chico que muere en Gwangju y que charla con los vivos, o contempla su propio cadáver en la calle, y es evocado por muchos otros personajes. En el caso de Imposible decir adiós no sabemos quién está muerta realmente ni quién está viva, pero conversan, están hablando entre ellas, y la lógica nos indica que eso no puede ser, que una de las dos no puede estar ahí. La nieve es el elemento básico, une el cielo y la tierra, lo muerto y lo vivo, la realidad y lo fantástico. Avanzo a través de estos símbolos.

Su literatura es muy empática en el sentido sensorial. A los lectores nos duele el hueso de la mano cuando vemos la escena de tortura con el bolígrafo; estamos aterrorizados cuando la escritora se pierde bajo la tormenta de nieve; nos impresiona muchísimo la escena que graba el videoartista haciendo el amor con la vegetariana… O sea, recordamos de su libro, obviamente los argumentos, pero muchas sensaciones y muchas imágenes. Quisiera que me explicara un poco cómo trabaja eso, lo de provocar esas intensas sensaciones en quien está leyendo una página que no es más que papel. Le confieso que, tras el impacto de alguna escena, he tenido que dejar la novela un rato y volver a ella un poco más tarde.

Yo, cuando escribo, pienso en el tacto. Pienso en cómo describir la sensación física que tendría al estar ahí; lo sensorial es muy importante. Cuando escribo, utilizo mi cuerpo. Utilizo todos los detalles sensoriales de la vista, el oído, el olfato, el gusto; transmito ternura, calor, frío y dolor. He de notar que mi corazón se acelera y que mi cuerpo necesita comida y agua, camino y corro, siento el viento y la lluvia en la piel. Intento infundir en mis frases esas sensaciones vívidas, que se vea que la sangre está recorriendo mi cuerpo. Escribir es enviar al lector una corriente eléctrica. Y cuando siento que esa corriente se ha transmitido, me asombro y me conmuevo.

«La literatura tiene que tratar la fragilidad del ser humano»

Usted hace que la nieve pueda ser un monstruo amenazador, un estallido de pureza, un narcótico…

Es curioso lo que me ha dicho de que tiene que dejar el libro un rato. Porque, cuando escribo, yo tampoco aguanto sentada mucho tiempo. Escribo más o menos durante unos 30 o 40 minutos y ya no puedo más, mi concentración se acaba. Entonces me levanto, paseo durante otros 30 o 40 minutos o hago tareas de casa y luego vuelvo a escribir. Escribo corto y varias veces, a ráfagas.

Sus personajes o están enfermos, ya sea con jaquecas, como las que usted sufre, o están heridos o sangran o tienen problemas de salud mental. Es como si en este mundo fuera imposible estar sano. Hay muchos hospitales, centros de salud… ¿Qué nos está diciendo? Porque, a veces, parece que el manicomio está fuera de las paredes de esos centros, más bien en la calle.

Yo creo que el ser humano, todos nosotros, nacemos muy débiles. Y sucede igual cuando morimos, estamos muy débiles. Entremedio, no nos engañemos, nunca nos desprendemos de esa debilidad constitutiva; todos los seres humanos conservan ese lado débil, más o menos enterrado o manifiesto. Y pienso que la literatura tiene que tratar este tema, la fragilidad del ser humano. Mis personajes se relacionan entre ellos a través de su dolor, de su fragilidad, que es lo que los conecta. Sintiendo ese dolor te relacionas con otros. Yo creo que esa es una de las evidencias del amor, es decir, el sufrimiento te abre al otro. Es como si de repente hubiera encontrado el significado del amor, y mis novelas son novelas de amor.

«El sufrimiento te abre al otro»

En especial La clase de griego, que puede verse como un romance entre una muda y un ciego…

Todas hablan del amor porque hablan del dolor. Amar significa incluir, abarcar el sufrimiento del otro que te importa, el amor te hace empático. Nosotros sufrimos, nuestro cuerpo sufre, nuestra mente sufre, pero por medio de este proceso mantenemos relación con otros y, al final, amamos. Yo creo que eso es tener una relación. Por ejemplo, la escena en que Inseon se corta los dedos de la mano trabajando en el taller.

Todo ello lo hace imbricando a los personajes con la naturaleza, sin llegar al ideal extremo de la chica de La vegetariana, que parte de un verso del poeta Yi Sang: «Creo que los humanos deberíamos ser plantas».

En Imposible decir adiós me centro en el ciclo del agua, que se evapora, sube verticalmente hasta el cielo y luego se mueve también horizontalmente, por el viento y el mar. A través de esas líneas podemos saber que la tierra está unida. Todos estamos unidos y relacionados. Siempre pienso en eso cuando escribo, en cómo podemos establecer vínculos. La literatura une a las personas que viven en diferentes lugares, en diferentes épocas históricas, pero que están leyendo el mismo libro.

Una pregunta, una sola, sobre la situación política en Corea y el autogolpe de Estado del pasado diciembre.

Todo cambia constantemente, de una forma muy rápida. Yo sigo teniendo esperanza en que la cosa mejore. El día en que se declaró la ley marcial, el 3 de diciembre, hubo ciudadanos que impedían el paso de los tanques con su cuerpo, muchísima gente se movilizó para no repetir el pasado. Yo, viendo estas escenas, me conmoví mucho y tuve la esperanza de que todo irá bien. Ahora mismo, la situación no puedo decir que sea buena, sino bastante compleja, pero aun así creo que se solucionará.

«Mi tema es el amplio espectro de la humanidad, de lo sublime a lo brutal»

Su libro más distinto de todos es Blanco, una especie de diccionario de términos relacionados con ese color…

Al principio pensé, simplemente: «Voy a escribir sobre cosas blancas». Y luego me acordé de mi hermana mayor, que murió a las dos horas de nacer. Seguramente, sin su muerte, mis padres no hubieran decidido tenerme a mí. En la primera parte aparecen las cosas blancas desde mi punto de vista. En la segunda, presto mi cuerpo a mi hermana muerta, para que ella me diga las cosas blancas que ve. Pero mi hermana mayor y yo no podemos coexistir, porque si está una no puede estar la otra, así que, en la tercera parte, hacemos la ceremonia de despedida. Así es el libro.

En las escenas más crueles o salvajes, usted es capaz de encontrar belleza o actos nobles. ¿Puede explicar esta belleza que hay incluso en las cosas más horribles?

Dentro nuestro hay dos lados, uno oscuro y uno luminoso. Somos capaces de una crueldad horrible y de la mayor generosidad. Muestro ambos, pero yo siempre ando hacia la luz, porque estoy viva. Esto no es porque yo quiera, una decisión que haya tomado, sino una fuerza que me arrastra hacia esa senda luminosa. Ese es mi tema: el amplio espectro de la humanidad, de lo sublime a lo brutal, todo el abanico. Cuando leí durante tres meses documentos brutales sobre Gwangju se desmoronó mi fe en la humanidad. Me sentí frustrada, incapaz de seguir escribiendo, estuve a punto de abandonarlo todo. Pero encontré el diario de un miembro de la milicia civil que, antes de morir, anotó: «Oh, Dios, ¿por qué esta cosa llamada conciencia me atraviesa y me duele tanto? ¡Quiero vivir!». Vi que ese era el camino: avanzar hacia la dignidad humana. En mis obras futuras voy a seguir explorando ese camino. Por mucho que aborde lo oscuro, el sufrimiento, siempre —tanto en mi vida como en mis novelas— voy hacia la luz.

¿Ha soñado algo últimamente?

Sí. Estoy soñando mucho que estoy dentro de la naturaleza, en el bosque y luego en el interior de un glaciar hermoso, rodeada de árboles. Es un sueño muy placentero.


Esta entrevista hace parte de un acuerdo de colaboración entre el periódico El Tiempo y la revista Ethic. 

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