lunes, 27 de agosto de 2012

Autorretrato de un verano - Javier Cercas

En uno de sus artículos publicados en el dominical del periódico El País, el escritor Javier Cercas habla de unas declaraciones suyas durante una estancia en Brasil. En ellas hablaba del modernismo y como cita a varios de mis escritores favoritos no puedo resistirme a pensar que debe tener razón. Y si no la tiene, me gusta como lo cuenta. Ahora que lo pienso me gusta por la levedad, la rapidez, la consistencia...
Lo primero que dije es que soy un escritor posmoderno. Esto, cuando yo empecé a escribir, se decía con orgullo; ahora se dice con la boca pequeña o no se dice (o se esconde). El posmodernismo parece batirse en retirada en todos los frentes. Aquí y allá se le acusa de frívolo, de relativista, de meramente lúdico; me parece una acusación injusta: es verdad que para los malos posmodernos el arte es solo un juego, pero para los buenos es un juego donde uno se lo juega todo. Así que no sé a qué viene tanta vergüenza. La posmodernidad en general no es una reacción contra la modernidad, sino su último o penúltimo avatar; si acaso, es una irónica reacción contra algunos clichés del modernism, que viene a ser el nombre anglosajón de las vanguardias, y, por eso mismo, la última o penúltima vanguardia. En cuanto a la posmodernidad narrativa, si es aquella que procura no perder nunca de vista las seis propuestas para el próximo milenio formuladas por Italo Calvino –levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad, consistencia–, y la que busca su origen inmediato en la obra de Jorge Luis Borges y su origen remoto en la segunda parte del Quijote, que a ratos no parece escrita por Cervantes sino por Dios, entonces yo sigo sintiéndome a gusto en ella. Dicho esto, añadiré que mis primeros libros parecían casi prototípicamente posmodernos: novelas algo humorísticas, fantásticas, ultraintelectuales y ultraliterarias, que por lo demás solo leía mi madre y quizá alguna de mis hermanas. No es que mis novelas posteriores, las que han tenido más lectores, sean muy distintas, pero lo cierto es que, a medida que las escribía, creí descubrir dos cosas aparentemente ajenas a la estética posmoderna y que, para mí, más que contradecirla, la complementan. La primera cosa que descubrí, o que creí descubrir, es que el pasado es una dimensión del presente, que nunca termina de pasar, que siempre está aquí, con nosotros, y que por tanto es indispensable para entender la realidad; de ahí que, a diferencia de los primeros que escribí, además de hablar del presente, esos libros hablen del pasado, ...

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