viernes, 29 de julio de 2016

En el parque - Contribución a la estadística

EN EL PARQUE

¡Oh! –se sorprende el niño-
¿quién es esa señora?

-Es la estatua de la Misericordia,
o algo así-
contesta la madre.

-Y por qué esa señora
está tan go...o...golpeada?

-No sé, que yo recuerde
siempre ha estado así.
El ayuntamiento tendría que hacer algo de una vez
o sacarla de aquí o restaurarla.
Venga, venga, vámonos.


CONTRIBUCIÓN A LA ESTADÍSTICA

De cada cien personas,

las que todo lo saben mejor:
cincuenta y dos,

las inseguras de cada paso:
casi todo el resto,

las prontas a ayudar,
siempre que no dure mucho:
hasta cuarenta y nueve,

las buenas siempre,
porque no pueden de otra forma:
cuatro, o quizá cinco,

las dispuestas a admirar sin envidia:
dieciocho,

las que viven continuamente angustiadas
por algo o por alguien:
setenta y siete,

las capaces de ser felices:
como mucho, veintitantas,

las inofensivas de una en una,
pero salvajes en grupo:
más de la mitad seguro,

las crueles
cuando las circunstancias obligan:
eso mejor no saberlo
ni siquiera aproximadamente,

las sabias a posteriori:
no muchas más
que las sabias a priori,

las que de la vida no quieren nada más que cosas:
cuarenta,
aunque quisiera equivocarme,

las encorvadas, doloridas
y sin linterna en lo oscuro:
ochenta y tres,
tarde o temprano,

las dignas de compasión:
noventa y nueve,

las mortales:
cien de cien.
Cifra que por ahora no sufre ningún cambio.


-Wislava Szymborska


jueves, 28 de julio de 2016

The fall - BBC series.


Una serie ambientada en el Norte de Irlanda, en Belfast.

Un alto cargo policial (al que da vida Gillian Anderson) es enviado para supervisar las investigaciones sobre la muerte de una mujer.

Pronto descubrirá patrones que llevarán a la búsqueda de un asesino en serie al que desde el primer episodio vemos en su vida cotidiana: en su trabajo de apoyo a personas en duelo, con su mujer y sus hijos pequeños.

 El que no haya "misterio" para el espectador centra el interés en el paralelismo entre dos tipos de cazadores: la mujer-policia que lleva la investigación y el psicópata que lleva una doble vida.













Rosa Montero - Lo público

POR RAZONES que no vienen al caso, últimamente he visitado con cierta asiduidad el hospital madrileño Gregorio Marañón. Un lugar feo, destartalado y viejo, pero un magnífico hospital, sin duda alguna, con grandes médicos y una prestación sanitaria de primera clase. Siempre se me encoge un poco el corazón cuando voy por allí, porque me parece un símbolo de nuestro maltratado sistema de salud. La sanidad pública española ha sido nuestro mayor logro social, un tesoro al que estamos tan acostumbrados que nos resulta impensable que haya países en donde dejen morir a la gente por el hecho de ser pobre. Pero existen. En Estados Unidos, por ejemplo, los enfermos oncológicos que no pueden abonar la carísima quimioterapia simplemente se quedan sin ella, como se veía en la serie Breaking Bad. Imaginen a un niño con cáncer al que no le ponen tratamiento porque sus padres no tienen el dinero para pagarlo: es repugnante. De esa feroz, inadmisible, asesina desigualdad nos protege nuestro sistema de salud, pero lo estamos desmantelando.
La sanidad pública española ha estado entre los diez mejores servicios de salud del mundo. Ahora no sé por dónde andaremos en el ranking, porque llevan años demoliéndola. Hace un mes, altos cargos del sistema de salud madrileño dijeron que en la Comunidad sobran “4.000 camas para enfermos agudos”. Nadie parece haberse escandalizado ante esa afirmación, y sin embargo es grave. Primero, porque en toda la Comunidad sólo hay 13.000 camas: la reducción es sustancial. Y segundo, ­porque hace diez años estos mismos peperos, contra el criterio de los profesionales y dirigidos por una entusiasta Esperanza Aguirre, construyeron 2.000 camas de agudos. ¿Qué es lo que va a suceder, previsiblemente? Que se cerrarán camas de los hospitales públicos y se derivará el servicio a los privados.
Verán, la sanidad privada es un negocio. Pero es que el objetivo de la sanidad no puede ser el de ganar dinero. No todo en la sociedad ha de moverse hacia el lucro. En el concepto mismo de la democracia anida un impulso de ordenación social, de moderación de las desigualdades, de freno al botín salvaje. Por eso se pagan impuestos: por el bien común. Y la sanidad está en la base de ese bien común.
Argumentan los partidarios del dinero tintineante que la medicina privada es más barata y eficiente que la pública. Mienten, porque engañan en la forma de medir. Cada vez que un enfermo se complica en la privada, lo derivan a la pública, que no sólo tiene que hacerse cargo de los tratamientos más costosos, sino también de las muertes. Pondré un ejemplo; si no recuerdo mal, hará unos diez años el geriatra del Gregorio Marañón José Antonio Serra (que es una eminencia en su campo) y su equipo hicieron un importantísimo estudio sobre la rotura de cadera en los ancianos y demostraron que, si eran atendidos por geriatras y traumatólogos a la vez, y no sólo por traumatólogos, morían menos y sufrían menos complicaciones. El estudio se publicó en la revista especializada más importante del mundo y los resultados se han incluido en los protocolos médicos de medio planeta. Pero ese es un modelo de medicina que no todos comparten. Aquí hay algunos hospitales privados que operan a los ancianos de cadera y los mandan a las 48 horas a su casa sin rehabilitar. ¿Que el paciente no anda? No importa. Ya se ocupará la pública, si puede, de arreglar el desaguisado, y además, si se muere, que se muera con ellos, fuera del hospital privado, porque ese fallecimiento les bajaría su rutilante índice de éxitos.
Así estamos, en plena campaña del desprecio a lo público. Ya se sabe: los funcionarios son todos unos sinvergüenzas y unos vagos, mientras que el sector privado es otra cosa. Sí, desde luego que es otra cosa: es ahí donde se dan los bonos basura, los abusivos usos bancarios, los fondos de Panamá. ¡Es el muy serio, eficiente y honesto sector de los directivos de Volkswagen! ¿Pero de qué ­estamos hablando? Pues me temo que, en el fondo, el único tema es la rapiña. Pero, ojo, mucho cuidado con el desmantelamiento de nuestro sistema de salud. Porque cuando aquí empiecen a morir los niños porque no pueden pagar las medicinas, sus padres incendiarán las ciudades. Y yo lo entiendo.

martes, 26 de julio de 2016

El Bosco en su quinto centenario - El Prado, Madrid












Llegar a disfrutar las obras del enigmático pintor no es tarea fácil. Primero sortear las largas colas en el exterior del museo si no has hecho la reserva por Internet. Luego una vez que accedes al interior del museo las aglomeraciones en torno a los cuadros son la escena más habitual y lo que hace que la visita sea más accidentada de lo imaginado. 



lunes, 25 de julio de 2016

Wislawa Szymborska: la mujer de Lot

La mujer de Lot

Tal vez miré hacia atrás por curiosidad.
Pero además de curiosidad pude tener otras razones.
Miré hacia atrás porque me dio tristeza la escudilla de plata.
Por distracción: amarrándome el cordón de la sandalia.
Para no mirar más la nuca justa
de mi marido, Lot.
Por la seguridad repentina de que si yo muriera,
él no se detendría
Por la desobediencia natural de los humildes.
Escuchando cómo nos perseguían.
Conmovida por el silencio, pensando que Dios cambiaría de idea.
Nuestras dos hijas se perdían ya tras la colina.
Sentí la vejez en mí. El alejamiento.
Lo inútil de viajar. Sueño.
Miré hacia atrás mientras ponía mi hatillo en el suelo.
Miré hacia atrás preocupada por el siguiente paso.
En mi camino aparecieron serpientes,
arañas, ratones de campo y polluelos de buitre.
Ni buenos, ni malos; simplemente lo vivo, todo,
brincaba y se arrastraba por un temor colectivo.
Miré hacia atrás por soledad.
Por la vergüenza de huir a escondidas.
Por las ganas de gritar, de regresar.
O porque justo entonces se soltó el viento,
desató mi pelo y me levantó el vestido.
Sentí que me veían desde los muros de Sodoma
y se morían de risa, una y otra vez.
Miré hacia atrás llena de rabia.
Para gozar plenamente su ruina.
Miré hacia atrás por todas las razones mencionadas.
Miré hacia atrás sin querer.
Fue sólo que una roca giró gruñendo bajo mis pies.
Que una grieta de pronto me cortó el paso.
En la orilla un hámster agitaba las patas delanteras.
Y entonces ambos miramos hacia atrás.
No, no. Yo seguí corriendo, arrastrándome y trepando
hasta que la oscuridad cayó del cielo,
y con ella grava ardiendo y aves muertas.
Por falta de aliento varias veces perdí el equilibrio.
Si alguien me hubiera visto, pensaría que bailaba.
Es posible que haya tenido los ojos abiertos.
Que haya caído mirando hacia la ciudad.




domingo, 24 de julio de 2016

La maternidad como épica - Clausula suelo

Isabel Navarro: Para mí, la cláusula suelo es una metáfora del principio de realidad: nuestras obligaciones, nuestras deudas... El sentido de la responsabilidad que nos ancla.
Mujerhoy: ¿Es poesía social?
Isabel Navarro: No, es más bien una poesía de la auto­in­da­ga­ción: una caza. Me busco, me escarbo... y confronto mi propia experiencia con lo que la crisis económica nos ha hecho en la intimidad. En la cama, en el yo, en la autoestima... la crisis nos ha herido.
Mujerhoy: ¿Qué papel juega la burbuja inmobiliaria y su estallido?



Isabel Navarro: Cuando al principio los personajes se enamoran, viven en una burbuja de la abundancia. Todo les sobra. Estamos en 2005 y hasta en los desiertos parece que brota el oro. Pero en la última parte, "La morosa", la hipoteca cobra vida como un personaje más de esa familia nuclear y en la relación, y en la vida, se multiplican las deudas y las derramas. Al final, el dinero es un lenguaje y pocas cosas dicen tanto de nuestro auténtico yo.

Dos poemas de Cláuslua suelo:


LE DIGO: “LA SERPIENTE NO ESTÁ”
Y ELLA INSISTE: “PERO ESTUVO”
El monstruo de Julia es una serpiente.
Un animal sinuoso, indecible, asesino,
que se arrastra entre las flores de su cuarto y la envenena con saña, como a Eurídice.
En la noche, su grito nace de lo torvo.
“¡Mamá, ven!”.
Y yo me entrego a una promesa imposible:
que mi cuerpo será capaz de interponerse entre ella y la sombra.

*

EL FEÍSMO ABOTARGA, PERO LUBRICA
Casi quietos
en el coto del sábado
retozamos,
pero nuestra cama es un bien de consumo.
El abrazo es oblicuo,
un escorzo de codos, hombros y rodillas que se estorban.
(Tú derrochas. Yo derrocho. Nosotros reprochamos).
La línea ascendente del euríbor se cuela entre los cuerpos
y una llamada familiar chamusca la pantomima de deseo.
Te levantas atropellado a coger el teléfono
y yo me quedo sola (y aliviada)
con una almohada de viscolatex que recuerda al molde de tu cuello.
Alrededor de la cama todo es demasiado caro o demasiado Ikea,
el reverso de una foto de Nan Goldin.
Somnolienta, nos conjeturo ardientes,
otra versión de nosotros (Otrotú y Otroyó)
despertando en un colchón de espuma
horadado con ascuas de tabaco.
Otrotú y Otroyó con ceniceros de propaganda y el pelo sucio.
Sin asco. Sin hipoteca. Sin exigencias. Sin decoración.
Recreo la bifurcación de esta historia,
la enaltezco
como si el rímel en el lagrimal
a la mañana siguiente del sexo
fuera un signo irrefutable de la vida.
Me despierto
y toco ese vaciado involuntario de tu cráneo
en la cabecera de la cama.
La elipsis de ti me conmueve.

viernes, 22 de julio de 2016

Ataque de frivolidad - Javier Marías, la zona fantasma

Los españoles nacidos en el franquismo, los que pertenecíamos a familias perdedoras de la Guerra Civil, tuvimos siempre presente que podíamos vernos obligados a abandonar nuestro país. Mi padre solía recomendar tener el pasaporte en regla y algo de dinero fuera, si era posible, para aguantar los primeros días de un posible exilio. (Tras cuarenta años de democracia, me temo que ese peligro sigue existiendo: de España nunca se sabe quién te va a echar, suele haber demasiados candidatos a “hacer limpieza” y a perseguir.) Por razones personales, no me imaginaba huyendo a Latinoamérica, ni a la vecina Francia, ni a los Estados Unidos en los que había pasado algún año muy temprano de mi vida, sino al Reino Unido, al que entonces se llamaba Inglaterra sin más. De niño poseía ya rudimentos de inglés, pero leía en traducción. En gran medida me formé con las andanzas de Guillermo Brown, de Richmal Crompton, y las series “Aventura” y “Misterio” de Enid Blyton, anteriores y mejores que las que le dieron mayor fama; con Stevenson y Conan Doyle y Defoe, con Dickens y Agatha Christie, con Walter Scott, John Meade Falkner y Anthony Hope, con Kipling y Chesterton y Wilde algo después. El cine británico llegaba con regularidad, y muchos de mis héroes de infancia tenían el rostro de John Mills, Trevor Howard, Jack Hawkins, Stewart Granger o David Niven, más tarde de Sean Connery. Mi primer amor platónico fue Hayley Mills, la protagonista niña de Tú a Boston y yo a California y Cuando el viento silba. Tampoco me fueron indiferentes las ya crecidas Kay Kendall, Jean Simmons y Vivien Leigh, más adelante la incomparable Julie Christie. Inglaterra era para mí un lugar tan europeo y casi tan familiar como mi natal Madrid. Allí tendría cabida y se me acogería, como fueron acogidos los escritores Blanco White (en el siglo XVIII), Cernuda, Barea y Chaves Nogales, o mi amigo Cabrera Infante, expulsado de la Cuba castrista en la que tantas esperanzas había puesto, y al que visité infinidad de veces en su casa de Gloucester Road.
Inglaterra ofrecía, además, innegables ventajas respecto a España. Sus gentes parecían educadas y razonables, con un patriotismo algo irónico y no histérico y chillón como el de aquí; era un país indudablemente democrático, garante de las libertades individuales, entre ellas la menos conocida aquí, la de expresión. Su famosa o tópica flema evitaba la exageración, el desgarro, el dramatismo demagógico y la propensión a la tragedia. Había resistido al nazismo a solas durante años, con entereza y templanza, sin perder los papeles que tantos motivos había para perder. Así pues, el reciente referéndum para el Brexit me supone un cataclismo. Por razones biográficas, desde luego, pero éstas son lo de menos. Lo alarmante y sintomático es ver a esa nación, básicamente pragmática y más decente que muchas, envilecida e idiotizada, subyugada y arrastrada por personajes grotescos como Boris Johnson y Nigel Farage y por sibilinos como Michael Gove, quizá el más dañino de todos. Dejándose engañar como bananeros por las mentiras flagrantes en las que los defensores de la salida de la UE en seguida reconocieron haber incurrido (nada más conseguir su criminal propósito). Un país tradicionalmente escéptico y sereno se ha comportado con un patriotismo histérico digno de españoles (o de alemanes de antaño). En un referéndum ridículo, para el que no había necesidad ni urgencia, un gran número de votantes se ha permitido una rabieta contra “Bruselas” y el Continente, sin apenas pararse a pensar y confiando en que “otros” serían más sensatos que ellos y les impedirían consumar lo que en el fondo no deseaban. Es lo mismo que uno oye en todas partes, aquí por ejemplo: “Voy a votar a Podemos o a Falange para darles en las narices a los demás, y a sabiendas de que no van a gobernar. Si tuvieran alguna posibilidad, ni loco los votaría”. Lo malo de estas “travesuras” es que a veces no quedan suficientes “otros” para sacarnos del atolladero en que nos metemos con absoluta irresponsabilidad, como ha sucedido en Inglaterra para alegría de Trump, Putin, Marine Le Pen y Alberto Garzón. Semanas después del Brexit no se ven sus beneficios, o han resultado falaces, y sí se ven sus perjuicios: para Europa sin duda, pero aún más para el Reino Unido. Muchos jóvenes partidarios de quedarse no se molestaron en ir a votar, confiando asimismo en la “sensatez” de los que fueran. Nunca se puede confiar más que en uno mismo, ni se debe delegar, ni se puede votar “en caliente” o en broma por aquello que nos horrorizaría ver cumplido. Quizá sirva para algo este malhadado Brexit: para que el resto nos demos cuenta de cuán fácilmente puede uno arruinarse la vida, no por delicadeza como en el verso de Rimbaud, sino por prolongado embrutecimiento y un ataque de frivolidad.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 17 de julio de 2016

jueves, 21 de julio de 2016

Sue Grafton:

VIVIR | ENTREVISTA
Sue Grafton
ESCRITORA

Pasé un divorcio muy difícil y me hice escritora fantaseando maneras de matar a mi ex



Es elegante y suavemente irónica, pero a pesar de su dulzura ha fabricado 24 crímenes tan retorcidos como perfectos. Entrevistamos a la autora del Alfabeto del crimen, que se aproxima a su final.

Lleva décadas en California, pero sigue teniendo trazas de dama sureña. Es menuda, elegante (jersey de cuello chimenea, falda lápiz, botas altas) y de maneras suaves. Sonríe educadamente ante cada pregunta y reflexiona cada respuesta con un sorbo de café. Resulta difícil, en resumen, imaginar que su pasión sea planificar asesinatos sangrientos y escarbar en los más oscuros impulsos del alma humana.
Y más aún que, aunque ahora escriba en el amplio despacho de su mansión, no siempre lo tuviese tan fácil. Su carrera como escritora se gestó en muchas noches de insomnio, cuando era solo una guionista de televisión que fantaseaba con asesinar a un exmarido litigante. 
Ahora, 34 años después, la detective que nació de esas noches en vela, Kinsey Millhone, es la mejor amiga de 10 millones de lectores en 26 idiomas, y la serie de novelas conocida como Alfabeto del crimen (editadas en España por Tusquets) que empezó con A de asesinato va ya por la equis. ¿Es el final de una era? Ella no lo ve así. "¿Por qué iba a terminar cuando llegue a la zeta? dice tranquila. Escribiré sobre Kinsey mientras tenga energía y la cabeza en su sitio".
Mujerhoy: Cuando empezó A de asesinato, ¿se imaginaba que llegaría tan lejos?
Sue Grafton: No lo sé. Era optimista, desde luego. Mi intención era escribir 26 novelas, pero ¿cómo iba a adivinar que lo lograría? He sido muy afortunada y me siento muy sorprendida.
Mujerhoy: Creo que ya tiene elegido el título del último libro de la serie.
Sue Grafton: Será Z is for Zero (Z de cero) a menos que se me ocurra algo mejor. Pero la verdad es que también creía que "xenofobia" acabaría siendo el título elegido para X y, ay, no hay un solo extranjero en la trama (y no me parecía bien introducir uno solo para satisfacer la necesidad de matarlo). Así que ya veremos.
Mujerhoy: Tengo entendido que, al principio de la serie, su exmarido fue una inspiración para usted.
Sue Grafton: Pasé por un divorcio muy difícil, con una agria pelea por la custodia de nuestros hijos, y no tenía dinero para un buen abogado. Así que solo podía quedarme despierta por las noches imaginando maneras de asesinar a mi ex. Y un día decidí escribirlas. La primera fue a base de hojas de adelfa.
Mujerhoy: Vaya, su ex debe de tenerle miedo.
Sue Grafton: [Risas]. No, ahora nos llevamos bien. Hace poco nos vimos en la boda de uno de nuestros hijos.



Mujerhoy: Trabajó como guionista televisiva hasta G de guardaespaldas, pero siempre se ha negado a que adapten sus novelas a la pantalla. ¿Por qué?
Sue Grafton: Pasé mucho tiempo intentando escapar de ese mundo como para ahora volver a él. Me gusta escribir, pero en televisión no controlas tus creaciones y todo se hace muy deprisa. Así que he dejado claro a mis tres hijos que, como vendan los derechos de mis novelas tras mi muerte, volveré de la tumba para perseguirles. Y [entorna los ojos con expresión malvada] saben que lo haré.
Mujerhoy: ¿Cómo ha evolucionado Kinsey a lo largo de los años?
Sue Grafton: Me cuesta contestar porque, en esencia, yo soy Kinsey. La gente dice que se ha ablandado (yo creo que no), pero, en realidad, yo no le digo a Kinsey qué hacer, ella me lo dice a mí. Mi trabajo es seguirla en sus aventuras y transcribirlas fielmente. En cada novela, me veo obligada a cavar más y más hondo en los misterios del corazón humano. Y es un territorio muy oscuro.
Mujerhoy: ¿Terminarán las aventuras de Kinsey en Z?
Sue Grafton: Espero seguir escribiendo sobre ella, pero depende mucho de mi estado mental. Estas novelas requieren ingenio y quiero ofrecer a los lectores lo mejor. Y Kinsey nunca me permitiría escribir sobre otro detective privado. Es una tirana muy severa.
Mujerhoy: ¿Tiene contacto con los fans?
Sue Grafton: Sí, me escriben mucho. Sobre todo, cuando cometo algún error. Una vez Kinsey se dejó las llaves del coche puestas en el contacto y, unas páginas después, las encontró en su bolsillo [Sonríe]. Hubo una avalancha de cartas.

No quiero que lleven mis novelas al cine. He dicho a mis hijos que, si venden los derechos tras mi muerte, volveré de la tumba para perseguirles

SUE GRAFTONEscritora
Mujerhoy: Sus padres eran alcohólicos. ¿Cómo ha influido ese tema en su escritura?
Sue Grafton: Mi infancia fue muy dura, muy difícil. Mi padre era un alcohólico funcional. Se levantaba, se tomaba una copa y se iba a trabajar. Mi madre era también alcohólica, de un tipo más doméstico. Y cuando creces en un hogar así tienes que tener tu capacidad de observación muy afinada. Has de ser capaz de ver al instante cuánto han bebido y a qué te expones, y actuar en consecuencia. Supongo que eso me ayudó a formarme como escritora.
Mujerhoy: Ambos eran hijos de misioneros presbiterianos. ¿Eso también le influyó?
Sue Grafton: Bueno, los presbiterianos andan siempre intentando conciliar la predestinación con el libre albedrío. Algo que es imposible, claro. Dicen que para Dios no hay presente, ni pasado, ni futuro, lo ve todo a la vez, eres tú quien no lo sabe aún.
Mujerhoy: ¿Y usted cree eso también?
Sue Grafton: Oh, no, para nada. Pero es un consuelo, cuando sufro un bloqueo, pensar que mi novela está ya escrita en el futuro y que solo tengo que llegar hasta ahí.
Mujerhoy: Ya que menciona su proceso creativo, ¿puede hablarnos del ego y la sombra, que tanto menciona al hablar de su escritura?
Sue Grafton: Ambos son conceptos jungianos. La sombra es tu verdadero yo. Y el ego, todas las construcciones que están por encima. Los modales, las convenciones sociales... Cuando escribo, es la sombra la que sabe por dónde hay que ir (si me bloqueo, me está diciendo que tengo que repensar algo) y es el ego el que quiere tomar el camino fácil hacia el final. Pero también tiene su utilidad. Cuando estoy de gira, por ejemplo, necesito esas construcciones, porque soy introvertida.
Mujerhoy: ¿Considera la opción de jubilarse?
Sue Grafton: La escritura ha dado forma a mi vida, dotando a mis días estructura y significado. No puedo imaginarme sin escribir, porque es una parte enorme de mi existencia. Al mismo tiempo, todo lo bueno termina. Kinsey seguirá navegando mucho después de que yo me haya ido.

http://www.mujerhoy.com/vivir/protagonistas/201607/16/sue-grafton-escritora-entrevista-20160716164508.html

domingo, 17 de julio de 2016

I am Leaving… but the fighter still remains. Paul Simon



Paul Simon was the creator of this song about a young boy full of hope in a big city (Bob Dylan, himself) and all the defeats and isolation. The boxer was one of the most popular songs of  Simon&Garfunkel.

Shirley Baker: las calles son nuestras.











En los años 60 no era habitual que las mujeres trabajaran como fotógrafas así que Shirley Baker no alcanzó su sueño de trabajar para el periódico The Guardia, que entonces tenía su sede en Manchester.

En esta ciudad ella documentó durante años los cambios sociales que supuso la destrucción de los hogares de familias trabajadoras para construir otro tipo de barrios.

 Sin dramatismo pero con una mirada respetuosa y cercana nos acerca a las sonrisas y juegos de los niños que pasan el día en la calle, a veces solos, a veces supervisados de lejos por sus madres.

Años después retrataría en Londres el Candem Punk o imágenes de Francia o Japón. A partir de su fallecimiento su figura ha sido reconocida y difundida.

En la presente edición de Photoespaña puede visitarse una exposición en el madrileño Museo Cerralbo que tiene su sede en un pequeño palacete justo al lado de la Plaza de España. Allí en la tranquilidad de sus salas y jardín muchos visitantes descansan del calor y el ajetreo de la ciudad mientras descubren un mundo donde el arte tiene mucho que ver con el status y los privilegios de la aristocracia de nuestro país.





Photoespaña: Shirley Baker en el museo Cerralbo de Madrid

https://www.redeye.org.uk/exhibitions/shirley-baker-retrospective

viernes, 15 de julio de 2016

Aung San Suu Kyi and old Burmese traditions





Aung San Suu Kyi pinned a supporter’s flowers in her hair on the day she was released from house arrest.

“The reason why I wear flowers in my hair is actually because my mother used to do so.
This was very much a Burmese tradition.

 But these days Burmese girls have started cutting their hair short so they no longer wear flowers.

And on top of it, they don’t know how or have great difficulty doing it. Even my personal assistant—who has short hair—doesn’t know how to help me.”

Arrepentidos- Leila Guerreiro

Arrepentidos
Leila Guerreiro

Yo tenía unos cuatro años. Era verano y me había quedado a dormir en casa de mis abuelos. Aquella noche, por algún motivo, desperté en la madrugada y quise volver al departamento de mis padres. Mi abuelo sacó su bicicleta, me sentó en el canasto y empezó a pedalear. Allá fuimos, cruzando la ciudad dormida. La avenida de Arias; la escribanía donde se casó Perón; el cine San Carlos. Sobre el siseo fantasma de las ruedas, mi abuelo me contaba cuentos: el del elefante, el del dragón. Cuando llegamos, tocó timbre, apareció mi padre, y yo dije: “Quiero volver a lo del abuelo”. De pronto, la idea de dormir bajo la galería de chapa y despertar con el canto de los gallos debe haberme parecido inmejorable. ¿Cómo un departamento podía ser mejor que eso? Pero mi padre dijo: “No. Ahora te quedás acá”. Yo supe que me había perdido para siempre una noche magnífica, y estuvo bien. Hay algo que se llama “decisiones” y algo que se llama “consecuencias” y en mi casa, que nunca propició arrepentimientos, el nexo entre ambas cosas se aprendía rápido. En junio pasado, después de la votación que dejó a Inglaterra fuera de la Unión Europea, millones de ciudadanos de ese país, perplejos con el resultado, reclamaron que se votara de nuevo. Muchos habían optado por la salida pero se decían arrepentidos: “Voté a favor del Brexit,pero no creí que mi voto contara. Creí que al final nos quedaríamos”; “Voté por la salida, pero hoy me golpeó la realidad y me han entrado remordimientos”. Creí que mi voto no contaba, voté por irnos pero no pensé que iba a suceder. ¿Con ese razonamiento rudimentario y esa irresponsabilidad pueril votan los ciudadanos de uno de los países más poderosos de la Tierra? ¿Así deciden las cosas importantes quienes deciden, también, dónde arrojar las bombas? Todavía no sé si me da risa, piedad, desprecio o miedo.

jueves, 14 de julio de 2016

Find beauty - Busca y encuentra la belleza






Find beauty.
Why?

Beauty is that which delights the senses - including the "sixth sense" of the mind.

Different people find beauty in different forms and places. You don't have to go to a museum, listen to a symphony, or eat a gourmet meal to be in the presence of beauty.

For example, here are some of the (maybe strange) things I find beautiful: A clump of grass in a sidewalk crack. The horn of a train as it moves away. The smell of cinnamon. The curve of highway cloverleafs. Kitchen knives. The faces of nurses. Courage. Falling water. A glazed donut. The touch of cashmere. Foam. Frisbees. Snakes. Geometrical proofs. Worn pennies. The feeling of catching a football.

What are some things that are beautiful to you? There's so much beauty all around us. But I think that for many people, there is little sense of this. That was certainly true for me before I started deliberately looking for beauty. And then we wonder why life doesn't seem very delightful!

What do you feel when you encounter beauty, including in its everyday forms? Perhaps your heart opens, something eases in the mind, there's pleasure, and your spirits lift. The experience of beauty relieves stress, nourishes hope, and reminds us that there's much more to life than grinding through tasks. The sense of beauty can also be shared - have you ever admired a sunset with a friend? - bringing you closer to others.
How?

Take a few moments each day to open to beauty. Reallylook at the things around you - particularly at the ordinary things we tend to tune out, such as the sky, appliances, grass, cars, weeds, familiar views, bookshelves, or sidewalks. Try the same with everyday sounds, smells, tastes, and touches. Also seek out lovely memories, feelings, or ideas.

Hunt for beauty like a child looking for seashells on a bountiful beach. Be open to things outside the frame of "nice" or "pretty." Let yourself be surprised. Find beauty in unexpected places.

When you find beauty, feel it. Open to a growing sense of boundless beauty above and below and stretching in all directions, like you're floating in a sea of rose petals.

Recognize the beauty in others, in their character, choices, sacrifices, aspirations. Understand the beauty in noble failures, quiet determination, leaps of insight, and joy at the good fortune of others. Hear the beauty of a parent's voice soothing a child, of friends laughing, of the click and clack of a teacher's chalk on the blackboard. See the beauty in the face of someone at the very beginning of this life, and see it in the face of someone at the very end.

Recognize the beauty in your own heart. Don't duck this one: as others are beautiful, so are you.

Make beauty with your hands, your words, and your actions.

Even the breath is beautiful. Breathing in beauty, let beauty breathe you.
JUST ONE THING (JOT) is the free newsletter that suggests a simple practice each week for more joy, more fulfilling relationships, and more peace of mind.
A small thing repeated routinely adds up over time to produce big results.

Just one thing that could change your life.
(© Rick Hanson, 2016)
This comes from Rick Hanson, Ph.D., psychologist, New York Times best-selling author, Senior Fellow of the Greater Good Science Center at UC Berkeley, and invited speaker at Oxford, Stanford, and Harvard universities. See Rick's workshops and lectures


Encontrar la belleza en lugares inesperados, en otros, en tu propio corazón.